domingo, junio 04, 2006

La Ciudad de Dios en América

Un acercamiento sobre Bartolomé de Las Casa y su lucha por la igualdad

La Ciudad de Dios en América

Aldo


A la entrada de Cristóbal Colón al continente desconocido, –llamado ahora América– creyó haber entrado a las costas de la India. La iniciativa del viaje era buscar nuevas rutas para esquivar el bloque del imperio turco, quien tenía la facultad del comercio y España tenía que pagarle altos impuestos para obtener productos del oriente. Con esta idea y con el sueño de encontrar tesoros es que se dirigen expediciones avariciosas hacía la “India”.

Americo Vespuci llama a las islas dispersa Nuevo Mundo y escribe que los pueblos viven de acuerdo con la naturaleza (…) sin propiedad, sin leyes… y añade que ocupaban unas tierras que aparecían un paraíso terrenal.1 Pedro Mártir describe a los nativos: van desnudos, no conocen ni pesos, ni medidas, ni esa fuente de todas las desgracias, el dinero; no hay leyes, ni jueces ni libros. 2

David Brading, nos comenta que esta visión idílica, se ve rota por las diversas noticias de conflictos armados entre los propios españoles –que tenemos que recordar que los soldados eran hombres de la peor calaña que existía en España, pues no tenían principios ni valores por lo que eran indisciplinados–, estas características de los conquistadores y la devastación incesante de los pueblos indígenas, aunada a la digna resistencia que permanecía latente de los indígenas para evitar ser esclavos de los españoles rompe la imagen que formó Vespuci.

Los conquistadores descubren las etnias de América y el oro que los rodeaba, se conquista la nueva tierra y se suscitan controversias entre la naturaleza de los indígenas, el origen de los títulos españoles y carácter bárbaro de las expediciones.3 David Brading señala que a la nueva tierra, además de los soldados y guerreros-aventureros. llegaron “humanistas” y frailes que discutían sobre el trato hacía aquellos llamados “indios”. Uno de ellos hace una dramática propuesta: Juan Gines de Sepúlveda, que se define como un destacado humanista e intelectual y como tal “hombre sabio” invoca a el filósofo Aristóteles para definir a los étnicos como esclavos por naturaleza,4 y estos hombres nativos señala Gines, sólo eran adecuados para ser sumisos. Estas afirmaciones las debate Bartolomé de las Casas, quien estaba convencido de que ese trato no era el tipo de humanidad que predicaban los católicos, los autollamados hijos de Dios.

Al oponerse a esta naciente doctrina –donde se basaba en Aristóteles, buscando una legitimidad al acto de someter al nativo a base de cruz y espada–, Las Casas entraba en conflicto no sólo con quien afirmaba tales afirmaciones violentas, sino con varios de los llamados humanistas que tenían una corriente de pensamiento similar. Además la figura de Cortes, aquel hombre heroico –al que los humanistas lo consideraban casi como el segundo hijo de Dios al conquistar a los aztecas e ilustre por todo lo que representaba un nuevo imperio digno de promulgar y extender la palabra de Dios–, a este soldado, ahora gobernador, Las Casas lo definía como un tirano y destructor. Pero, Cortes, había ganado fama, fortuna y poder, por lo que sus decisiones tiránicas eran la última palabra en la naciente América. Los humanistas lo celebran como un nuevo Cesar y como otro Moisés, es suficiente prueba de este aserto,5 es decir se afirma lo último con certeza. Es entonces que Las Casas recurre a La Ciudad de Dios de San Agustín que fue un texto tan influyente como la Política de Aristóteles.6

Brading, cita a Oviedo donde él admite en su Historia General y Natural de las Indias, que la conquista es culpable de crímenes inimaginables, que se hacían matanzas de pueblos enteros, indefensos, reduciéndolos a la esclavitud e incluso que se tortura a quienes desobedecen las leyes y niegan la religión católica haciéndolos despedazar por los perros.7 Oviedo relata la cruenta conquista, pero no para concienciar del deshumano ejemplo para catolizar sino para relatar que era necesario, ya que describe a los étnicos como gente de naturaleza perezosa, viciosa, bestiales y malévolos y afirmaba con fe que en el acto de desaparecer esa raza, se marcaba el fin del reino del demonio en el Nuevo Mundo.

Señala Brading que los españoles necesitaban que Europa olvidara la imagen carnicera que tenían del Nuevo Mundo. Así que hacen del saqueo desenfrenado de la Conquista, una obra épica –como las guerras de Troya o las conquistas de Roma en “pueblos bárbaros”– y presumen la valentía de Hernán Cortes y su medio millar de hombres al dirigirse hacía los Aztecas aunado a la traición de Tlaxcala –que enfoca a los conquistadores como libertadores universales de una tiranía–, y la visión de la ciudad-isla de Tenochtitlán, así como la bienvenida de Moctezuma, y hacen un drama de la huida en la llamada noche triste para regresar al final de todo “el sacrificio”: la victoria.

Los franciscanos estaban esperanzados de un resurgimiento de la iglesia en el Nuevo Mundo y en Europa, recordemos que Lutero había denunciado la corrupción de la iglesia católica y por lo tanto se dividió. Así que, ante la posibilidad de volver a tener el control de la iglesia, la consigna fue derribar ídolos de dioses para que de esta manera los indígenas sólo tuvieran un Dios y mediante los bautizos se convirtieran en cristianos. Los indígenas construyeron a latigazos iglesias en el Nuevo Mundo y entonces Cortes con sus obispos se sentían en libertad, casi como en la Utopía (De optimu statu rei publicae deque nova insula Utopia), de Tomas Moro. –Siglos más tarde, el descubrimiento de América se refleja en obras literarias: La Nueva Atlántida, Cándido de Francis Bacón y de Voltaire, respectivamente.–

Refiere Brading8, que algunos, frailes, si se tomaron en serio la evangelización y se pusieron a la par con los étnicos en las mismas condiciones y empezaron a estudiar el lenguaje y sus creencias religiosas. Y otros, franciscanos, llenos de jubilo por el imperio americano, buscaron e insistieron en hacer semejante la historia de los aztecas con las escrituras de la Biblia, por ejemplo decían que era un nuevo Israel, que había sufrido las diez plagas, de la conquista, la enfermedad hasta que llegó la cristiandad. Y en estos mismos tonos definían a Cortes ahora, como un nuevo Moisés que había guiado al nuevo Israel hacía la Tierra Santa.

Bartolomé de Las Casas, fraile dominico, –quien se indigno cuando su tío le regalo un indígena como esclavo–, empezó a condenar desde un Consejo de Indias, a todos aquellos que robaban y mataban a los étnicos, y se dedico a exigir un respeto por parte de los españoles hacía la vida de los nativos: Todos los indios que se han hecho esclavos de las Indias del mar océano, desde que se descubrió hasta hoy, han sido injustamente esclavos… Su majestad (el Rey de España) es obligado, de precepeto divino, a mandar poner libertad todos los indios, que los españoles tienen por esclavos.9

Agrega que los aborígenes del Nuevo Mundo eran tan hombres como los españoles y por ende dignos de derechos y trato muy semejante a los españoles. Así que, amonestaba a dominicos y conquistadores que ofrendaban dinero quitado a los pobres indígenas, decía que ese acto era un crimen. Después logró que españoles y nativos vivieran separados, en pueblos diferentes y que los étnicos gobernaran sus propios jefes, En todo momento buscaba que las relaciones español-nativo fueran pacificas, luchando así, por una igualdad y si no se daba, sentencia que cuando hay duda en la libertad de alguno… se ha de responder y sentenciar a favor de la libertad.10

Brading, indica que Las Casas, actúo tajante en contra de la Corona, ya que acusó a los propios conquistadores españoles de anticristos al evangelizar a punta de espada a los indígenas para convertirlos en cristianos y recurre a Aristóteles, –a pesar de que sus enemigos lo habían usado antes–, y declara que es un grave error permitir que unos hombres pobres de espíritu gobiernen pues siempre intentarían enriquecerse y recomienda que gobierne alguien de sangre de Castilla. Las Casas, se basaba en San Agustín para decir que el Nuevo Mundo era un reino grande sin justicia, por lo tanto, ese reino era un nido de ladrones.

De Las Casas, –nos muestra Brading–, en la lucha de la libertad de los hombres esclavos era un indeseado tanto por los soldados como los mismos frailes en España, sus enemigos lo tachaban de mal fraile y de mal religioso y aconsejaban al rey lo mandase encerrar en un monasterio.11 Debatió y salió avante en las controversias con los escritores de la historia oficial de España y con el grupo de Cortes. Y es concreto al referirse a Cortes, condenándolo por su ignorancia de la ley divina y natural pues decía que había corrompido la paz entera y esclavizado a los nativos. Y doblega y hace sentir culpables a sus enemigos, al decir a la Corona que probablemente el Nuevo Mundo era la sede del Jardín de Edén y que un anciano indígena le parecía ver en él al padre Adán. Las Casas se dedica a contracorriente se dedica a darle el valor que el considera pertinente de las culturas de América en concreto la cultura azteca e inca y las llega a comparar con las de Grecia y Roma al analizarlas con el marco de referencia aristotélico de los seis prerrequisitos de una ciudad: agricultura, artesanos, guerreros, ricos, religión organizada y gobierno. Y alega que el Nuevo Mundo cumplía con ello y sólo les faltaba guiarlos por el camino de Dios,

Así que argumenta que es inútil hacer la guerra contra ellos, puesto que sólo se debe hacer la guerra con las naciones herejes, los musulmanes, etc. por lo que señala que en vez de darle el título de Marqués a Cortes –al desconocer la grandeza de la cultura azteca–, se le debería llevar a la hoguera por la crueldad que emprendió en nombre de la Corona y aún más del Papa.

Entre más anciano era Las Casas, más radical se volvía, en sus últimos años arremete una vez más contra los conquistadores y aquellos humanistas quienes también participaron en los asesinatos al acusarlos de tiranos, basándose en la Política y la Ética de Aristóteles donde habla de las formas ilegales en que tomaron el poder sobrepasando sobre los derechos de los reales príncipes indios y su libertad de los pueblos. Pero lo más determinante es que vuelve a retomar las ideas de su juventud, y Las Casas cita a San Agustín y la celebre obra de La Ciudad de Dios: Sin la justicia ¿qué son los reynos sino unos grandes latrocinios? Este frase, –y en si parte de la obra que se escribió un milenio antes de la Conquista– hace una real descripción de los conquistadores corrompidos en la búsqueda del oro.

Haciendo una analogía, Brading señala que San Agustín no vacila en descalificar la gloria de un Cesar en su máxima expresión de su sed de dominio, así también Las Casas denunciaba a Cortes en México y a Pizarro en Perú, como simples bandidos más que conquistadores, iluminados o hijos de Dios . Del mismo modo, continua Brading, san Agustín condena al propio imperio romano por su tiranía e incesante conquistas de pueblos, así Las Casas condenaba también al imperio español en el Nuevo Mundo.

Para finalizar, sólo añadiré la guerra, la conquista, la carnicería se hizo en el nombre de Dios y por lo tanto Bartolomé de Las Casas tuvo que combatir, concientizar y resistir desde adentro de la religión, desde el Consejo de Indias y por su lucha en busca de la paridad entre hombres, es que se le considera como uno de los primeros en pedir tal principio de igualdad, una querella que garantizará más adelante la voz del marginado y no sólo su silencio ante la opresión. Y de esta pequeña labor surge una pregunta: ¿Qué habría pasado si Bartolomé de Las Casas fuese quien descubriera América?

Notas:

Brading, David A., Mito y Profecía en la historia de México, FCE, México, 2004, pp 24

Ibidem, pp 25

Ibidem, pp 23

Ibidem, pp 23

Ibidem, pp. 26

Ibidem, pp. 26

Ibidem, pp. 27

Ibidem, pp. 26

María Edmeé Alvarez, Literatura Mexicana e Hispanmaericana, Editorial Porrua, México, 1967 pp. 53

Ibidem, pp. 53

Ibidem, pp. 52

Bibliografía:

Brading, David A., Mito y Profecía en la historia de México, FCE, México, 2004

María Edmeé Alvarez, Literatura Mexicana e Hispanmaericana, Editorial Porrua, México, 1967

María del Carmen Millan, Literatura Mexicana, Editorial Esfinge, México, 1962

No hay comentarios.: