domingo, julio 26, 2009

Extraido de Izaronews

La UNESCO y Perico el de los Palotes
Jose Mari Esparza Zabalegi.- Editor

Los Sanfermines dan para todo. Entre lo malo, esa campaña machacona que ha aprovechado las fiestas para proyectar Pamplona como Capital Europea de la Cultura. Por citar sólo alguna entidad por todos reconocida, bastaría releer los informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), que tratan sobre lo cultural en tiempos de la globalización, para convencerse en que sólo a unos garrulos audaces -“necios de tres capas” les llamaría Quevedo-, se les pudo ocurrir proponer a Iruñea como capital de nada relacionado con la Cultura, de la forma como lo han hecho.

Es como si a una multinacional maderera del Amazonas, o cazadora de focas en el Ártico, se le ocurriese postularse a un premio mundial de Ecología.

Lo bueno es que a Sanfermines viene también gente que ve más allá de los paneles publicitarios. En la Plaza del Castillo entablé relación con un guiri preguntón, interesado en las danzas, txistus y gaitas que sonaban desde el kiosko. Resultó que teníamos lugares comunes y que era un alto funcionario de la Unesco.

Al poco rato, éramos amigos de toda la vida, como suele acaecer en fiestas. De los txistus y danzas pasamos a hablar del País, de su lengua, de lo que llaman “patrimonio inmaterial” y acabamos hablando de Iruñea y su dichosa capitalidad cultural.

Prácticamente sin salir de la Plaza del Castillo pude explicarle el despropósito de tal aspiración: arriba, bajo un gran cartel en el que se leía “Pamplona, capital europea de la Cultura”, legible desde cualquier parte, venía en letra muy pequeña la traducción en euskara, que además apenas destacaba por ser letra clara sobre fondo blanco. Es decir que se ocultaba deliberadamente una de las razones más importantes para poder aspirar a ese premio: la existencia increíble, en una sociedad avanzada, de una lengua indígena, pre indoeuropea, sobre la cual dijeron maravillas cuantos la estudiaron para descubrir los orígenes de los europeos.

“La mejor prenda la esconden” acertó a decir mi nuevo amigo, tal y como lo hubiera dicho Humboldt, Schuchardt, Bonaparte o cualquiera de los sabios europeos que nos admiraron. No sólo la esconden le insistí, sino que la persiguen con saña, y fuimos repasando un sartal de ejemplos cercanos: una ciudad que tiene ilegal la única radio en euskera; que niega o cicatea aulas para aprenderla; que envía a extramuros iniciativas como la barraca del Nafarroa Oinez, mientras deja los mejores lugares para iniciativas extrañas; que borra carteles en euskera o los reduce al tamaño de lupa; que derrocha esfuerzos para impedir que se vea Euskal Telebista...
Pero el paseo no hacía sino empezar. Bajamos las escaleras y visitamos las entrañas de la Plaza del Castillo, que guardaban el corazón arqueológico de la ciudad y que acabó en los vertederos porque la alcaldesa, y sus amigos constructores, se empeñaron en hacer un parking. Mi nuevo amigo no conocía un lugar en Europa con semejante ejemplo de autodestrucción. Una ciudad que es capaz de hacer eso con su patrimonio merece estar en la última fila de la clase, no en la primera. En el pelotón de los torpes, no en el grupo de élite.

Pasamos por donde el centenario frontón Euskal Jai, joya arquitectónica y corazón de la vida deportiva y social de Pamplona, que fue derruido nada más que para evitar el gaztetxe y el movimiento juvenil que albergaba. En Madrid, en Bruselas, en París, en todos los lugares están conservando ese tipo de construcciones metálicas, que se copiaron de la Torre Eiffel para estaciones de tren, puentes, teatros... y que en Pamplona se concretó en 1909 en un bellísimo frontón, que podía haber sido perfectamente recuperado en lugar de ser pasto de excavadora.

Le mostré el programa de Gora Iruñea!; lo que eran las barracas populares; la marginación de numerosas expresiones de la fiesta y la cultura indígena... Y el conspicuo guiri, alucinado, decía que hace ya dos décadas que la Unesco lleva promoviendo esfuerzos por incluir en las políticas gubernamentales esa significativa parte de la creación humana que incluye la conciencia identitaria y diferenciadora de unos pueblos respecto a otros: la lengua, tradiciones, música, danzas, formas de organización autónomas... Eso, y no otra cosa, son los pilares del patrimonio inmaterial de los pueblos. Y volviendo al Patrimonio material, nuestro guiri tampoco conocía ningún lugar donde la Iglesia Católica sea capaz de inscribir a su nombre, de la noche a la mañana, cientos de edificios y bienes de patrimonio público, mediante unas prerrogativas que, en el Registro de la Propiedad, no las tiene ni Dios.

La noche todavía dio para ver El Corte Inglés, o cómo un Ayuntamiento puede dar la mayor puñalada a su propio tejido comercial, poseedor de una idiosincrasia y una cultura propia en el comer, en el vestir, en el consumir, para promover esas multinacionales del saqueo y la vulgaridad.

Mi amigo el guiri lo entendió todo a la primera. Al despedirnos, le animé a que, si podía hacer algo desde su cargo en la Unesco, propusiera para Pamplona el Premio “Perico los Palotes”, que le era más adecuado. Es lo único que no me entendió, pero enseguida se lo aclaré. Me contestó que no me prometía nada, pero que haría lo posible. Y a cambio, por favor, que le enviase un diccionario de euskara.

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